Pocos entrenadores pueden presumir de un palmarés como el de Vicente del Bosque, que pudiéndolo hacer es el más prudente de todos. Este salmantino cae bien a todo el mundo por su sencillez y humildad. No ha dejado que los éxitos le levanten ni un palmo los pies del suelo. Sabe de donde viene y hasta donde quiere llegar. El día que se vaya lo hará sin hacer ruido, como un profesor el último día de escuela, dejando un recuerdo imborrable a los que trabajaron con él.
Los futbolistas respetan a Del Bosque porque es un hombre respetable. Se ganó al vestuario de la Roja cuando defendió a Busquets tras la derrota ante Suiza en el primer partido del Mundial. Lo fácil hubiese sido ceder ante las críticas y sacarle del once, pero el míster es más valiente de lo que muchos piensan. Para demostrar su carácter no ha necesitado nunca dar voces. Prefiere observar, reflexionar y actuar, siempre intentando ser lo más justo posible.
Tiene un corazón que no le cabe en el pecho y que late por el fútbol las 24 horas del día. Es un enamorado de la cantera y un defensor a ultranza del fútbol español, donde ya tiene reservado un sitio en la historia. Experto en gestionar vestuarios, supo mantener lo que funcionaba con Luis Aragonés y arreglar los desperfectos que ocasionaron tantos duelos entre madridistas y culés. Cuando Vicente habla, todos escuchan para aprender algo. Del fútbol y de la vida. Ha recibido en estos dos años más premios que nadie en España. No tendrá que devolver ninguno porque se los merece todos.